Tampico
Soy nativa de este bello lugar, un puerto hermoso al que llegan
los vientos del norte para desprender hojas y brotes de guayabas, mangos y
aguacates que formaran una aromática alfombra sobre el suelo.
Aquí yo caminaba empujada por esos vientos mientras el
intenso aroma a tierra y a la humedad que viene del mar invadía mi olfato
haciéndome sentir en un mágico lugar donde las palmeras hacían sonar su sinfonía
de movimiento bajo las ráfagas del norte y yo mantenía una lucha con mi falda
que el aire se empeñaba en levantar.
Aquel era el lugar en el que podía salir en shorts y
sandalias y disfrutar de un raspado de tamarindo con miel o acudir a la
refresquería de la plaza principal a beber un batido de leche con fresa,
mientras escuchaba las melodías de moda y las charlas en su idioma de marineros
extranjeros que invariablemente coqueteaban con las chicas que pasaban por allí
o se encontraban disfrutando una bebida.
Casi podía tocar los aviones cuando pasaban sobre mi casa
hacia el aeropuerto; aunque a muchos les molestaba el ruido que hacían porque
no dejaban escuchar la televisión, a mi me sucedía lo contrario, yo amaba
verlos pasar y sentir la vibración que dejaban a su paso.
De ahí nació mi
anhelo de algún día ser azafata y nada ni nadie me quitaba ese sueño, aunque me
dijeran que ser azafata era ser mesera del aire.
Ese fue uno de tantos sueños que no pude realizar. Recuerdo que,
por las tardes, cuando disponía de tiempo y andaba cerca de las oficinas de
Aeroméxico, solía sentarme enfrente, en una banca de la plaza, para ver llegar
a los pilotos y azafatas, cerraba mis ojos y me imaginaba ser parte de ellos.
La magia del puerto siempre se iba lejos de mí, eso nunca
detuvo mis paseos por la playa cuando podía acudía con mi amiga Araceli a
recoger conchas y estrellas de mar y llenaba mis pupilas con la imagen en el
horizonte donde el azul del mar con el color del cielo se ven como si fueran
uno solo, como si se unieran en un beso largo e interminable.
Soy de ese puerto en el que último minuto del año los barcos
hacen sonar sus sirenas emocionando a todos los que logran escucharlas, donde
llegan al malecón familiares a despedir a los pescadores que salen en los barcos
camaroneros.
En donde se come caldo de jaiba y omelett de camarón,
frijoles negros con huevo en salsa verde, enchiladas suizas con cecina,
zacahuil y torta de la barda.
Soy del puerto de Tampico, del que un día me fui llorando.
Hoy, regreso solo de visita una o dos veces al año sin hacerme a la idea de
volver y establecerme nuevamente allí, porque me siento una extranjera dentro
de mi cuna
J.Eugenia Dìaz M