la mirada se apaga,
los pasos van cansados siguiendo en el camino
sin dirección alguna,
con anhelo buscamos en las manos
lo que un día edificamos, pero lucen vacías.
Como el tiempo que pasa y está en constante espera
de ver caer la hoja sin llegar al invierno,
la vida es insistente trayendo amaneceres
con el canto de un gallo muy apagado y triste,
para que nos despierte sin emprender el vuelo.
Entonces desvariamos deseando,
que en un abracadabra regresen los murmullos
-de los hijos-
con besos y sonrisas a esta catacumba
y meter en cajitas luciérnagas de amor
que escapen de sus ojos.
Se nos llegó la tarde
y tan solo ha quedado la tierra del camino
en los ojos llorosos,
los ecos que enloquecen, las siluetas que vagan
en nuestra mente inquieta,
con los brazos vencidos por esta soledad.
J. Eugenia Díaz M.