Qué pena
haber vivido el duelo y sepultar
las promesas
al percibir aroma de otro aliento
justo en la comisura de tu boca
-aljibe en donde laten moribundos
unos besos de antes-.
Y tener que
sobrevivir desnuda de tus manos
esquivando las balas amargas y morbosas
de gente acomedida,
enraizada tejiendo horas al viento.
¿Qué hiciste
de los amaneceres que pasé
bebiendo de tu nombre y su sabor a sal
al buscar tu silueta en nuestro lecho?
Ahora
que estas tan vulnerable, golpeado
por la vida me dices que me amas,
ahora
que no existen amigos de juerga
ni amigas de bolsillo.
Sigo aquí
tan presente en el cuerpo,
y el alma sepultada
congelada la piel.
J.Eugenia Diaz M.