Cuantas sombras colgando de mi espalda
estremecen mi alma con sus ojos filosos.
Vestidas de misterio van conmigo en el viaje,
cómplices y verdugos en esta soledumbre.
Una triste sonata le da vida a este pecho
lleno de oscuridad,
retando a las siluetas
con mirada de hielo y sonrisa alunada
porque en sus manos guarda secretos y aflicciones.
Me rió de sus intentos de herirme la retina,
que habitan un desierto, secas por tantas guerras
sumergidas en grietas de tantas sepulturas
carentes de epitafios.
Feroces me sacuden cuando ven que me burlo
con los labios pintados.
Ya no rezo ni prendo veladoras
para romper cadenas y alejar los espectros
que vuelven del pasado.
J.Eugenia Dìaz M.